
La cohesión social es una condición sine qua non para un desarrollo sustentable. Para lograr esta colaboración es necesario, entre otros factores, tener un lenguaje común y valores compartidos, donde exista consenso acerca de lo que es permitido y no lo es, de lo que es bueno y lo que es malo, de lo que es correcto y lo que es incorrecto.
La historia demuestra que estos valores van mutando a través del tiempo, lo que impone serios retos cuando se viven épocas de cambios acelerados, como la actual, donde somos testigos de innovaciones tecnológicas alucinantes, junto a cambios en los paradigmas políticos y económicos, expectativas sociales, conductas individuales y también en las escalas de valores. En algunos casos se constatan avances positivos, pero, por desgracia, en muchos otros significa una involución hacia realidades pasadas que creíamos superadas.
Por ejemplo, la intolerancia en todas sus formas –racial, religiosa, política, cultural y de género– se ha ido normalizando, mientras aparecen signos de que estamos perdiendo el sentido de empatía social, esa importante virtud que permite la cohesión social y "ver a otros como válidos otros", en palabras de Humberto Maturana. A esto se suma el uso creciente de la mentira, ese terrible flagelo que destruye las confianzas y la capacidad de colaboración.
Más aún, la muy antigua regla de oro de la irresponsabilidad social: El fin justifica los medios, se ha ido imponiendo como un atributo aceptable dependiendo de las circunstancias, otorgando una licencia para quebrantar deliberadamente el orden del sistema de relaciones sociales, tanto ética como funcionalmente, para beneficio particular de personas o grupos.
Estos flagelos dificultan el avance hacia un mayor bienestar colectivo. Lo más grave es que está sucediendo cada vez con más frecuencia en todas las esferas de la vida profesional y social.
Para revertir este deterioro se requiere fortalecer la base cultural y valórica de toda la sociedad, y no solo de una élite ilustrada, promoviendo la adhesión a principios éticos fundamentales como la honradez, el respeto, el sentido de responsabilidad social y la empatía, entre otros.
La buena noticia es que el marco normativo legal chileno está respondiendo con medidas asertivas para contener la corrupción. A su vez, la mayoría de las organizaciones ha ido implementando códigos de conducta para regular los aspectos valóricos relevantes.
Son medidas necesarias que van en la dirección correcta. Por desgracia, el sistema educacional, en todos sus niveles, aún muestra atrasos inaceptables en estas materias, lo que debería ser corregido en forma temprana, para así viabilizar el camino hacia una mayor colaboración social y un desarrollo más sustentable.
Columna publicada en InduAmbiente n° 196 (septiembre-octubre 2025), página 67.
