
Tras más de dos décadas trabajando codo a codo con diversos sectores productivos, en la Agencia de Sustentabilidad y Cambio Climático hemos llegado a una conclusión que desafía el sentido común tradicional: la innovación más poderosa para enfrentar la crisis climática no es necesariamente tecnológica, sino colaborativa.
A menudo nos preguntan qué herramientas son necesarias para escalar la acción climática en la próxima década. La respuesta es clara: si no logramos sincronizar reglas, incentivos e instrumentos, las empresas chilenas simplemente no llegarán a la meta. La PYME, por sí sola, no tiene la espalda financiera ni técnica para transitar este camino de manera aislada. Nuestra experiencia con los acuerdos de producción limpia (APL) demuestra que el cambio real ocurre cuando un sector completo acuerda un estándar común y avanza de manera coordinada.
Mirando hacia los próximos diez años, el desafío es profundizar y expandir estándares sectoriales y territoriales. Este enfoque permite que las empresas avancen en bloque, reduzcan barreras de costo y eviten la competencia desleal. Se trata de una innovación institucional que Chile no solo ha consolidado internamente, sino que hoy también exporta con orgullo a otros países de la región. Pero este modelo requiere un cambio relevante en el rol de las grandes empresas: deben dejar atrás una lógica meramente "fiscalizadora" de sus proveedores para convertirse en empresas ancla. Hoy, el liderazgo empresarial ya no es solo exigir cumplimiento, sino acompañar, transferir capacidades y coliderar la transformación de su cadena de valor.
Ahora bien, el compromiso, por sí solo, ya no es suficiente. Vivimos en la era de la evidencia. Ante mecanismos como el impuesto al carbono o las crecientes exigencias de reportabilidad, debemos pasar del "cumplo" al "demuestro". El mercado ya no pide promesas, exige datos. Por ello, la verificación independiente y el uso de plataformas digitales simples que permitan trazabilidad y transparencia son el único antídoto real contra el greenwashing.
La evidencia en Chile es clara. En el sector energía, la descarbonización no es un costo, sino una fuente de competitividad. La electrificación y la eficiencia energética generan ahorros que superan la inversión inicial, y apostar hoy por renovables y electromovilidad reduce los costos futuros. En agricultura, aunque el desafío es distinto, es igual de urgente: el costo de la inacción supera al de la adaptación. Gestionar el agua, regenerar suelos o acortar cadenas logísticas no son lujos, sino claves para la continuidad del negocio.
El verdadero trade-off no está entre crecimiento y clima. La disyuntiva real es entre invertir hoy de manera colaborativa e inteligente, o pagar una cuenta mucho más cara mañana. Transformar nuestro modelo de desarrollo para que economía y clima empujen en la misma dirección no es sólo un imperativo ético, sino la estrategia económica más racional para el futuro de Chile.
Columna publicada en InduAmbiente n° 197 (noviembre-diciembre 2025), página 71.
