Revista de descontaminación industrial, recursos energéticos y sustentabilidad.

El País sin Estrellas

El País sin Estrellas

Singapur lidera los lugares con mayor contaminación lumínica en el mundo.



El mirlo común o tordo argentino es típico de América. La literatura especializada precisa que esta ave comenzó a desplazarse hacia las ciudades en el siglo XIX, por lo que su avistamiento se hizo cada vez más frecuente en las zonas urbanas.

Entre sus características destaca su capacidad para adaptarse a vivir cerca de las personas y por cambiar sus hábitos con facilidad. De hecho, los mirlos urbanos son mucho más madrugadores, pudiendo empezar a cantar hasta cinco horas antes que sus parientes rurales. ¿La razón? El efecto combinado de la iluminación artificial y el ruido mañanero los lleva a despertarse antes porque necesitan hacerse oír para marcar su territorio.

Tal modificación de costumbres, por la abundancia de luz durante la noche, afecta además a otras aves típicamente diurnas que aprenden a usar el alumbrado público para alargar su periodo de actividad.

El exceso de luminosidad representa también una amenaza potente para las tortugas marinas. Esto, porque cuando nacen en las playas deben dirigirse al mar para sobrevivir, pero a veces confunden el brillo de la ciudad con el océano y millones de ejemplares mueren cada año al moverse en dirección equivocada.

Impactos Variados

La alteración de la oscuridad natural de la noche debido a luz desaprovechada, innecesaria o inadecuada, generada por el alumbrado de exteriores, se conoce como contaminación lumínica. Su persistencia en el tiempo provoca impactos en la salud de las personas y seres vivos en general. Es un problema global que afecta especialmente a las ciudades, aunque no de manera exclusiva.

Dado que la luz se propaga en todas las direcciones y a 300 mil kilómetros por segundo, "la contaminación lumínica originada en un lugar puede alterar paisajes o sitios distantes, que incluso no cuenten con sistemas de iluminación", asegura un artículo del Ministerio del Medio Ambiente de Chile. Agrega que la manifestación más clara de este tipo de impacto ambiental es "el brillo o halo luminoso en el cielo, debido a la dispersión (sky glow), que sumado al rango espectral y a su intensidad puede generar diversos efectos negativos que influyen en la biodiversidad, la calidad de vida y la salud de las personas, y también en el desarrollo sostenible".

Como revelan diversos estudios, el exceso de iluminación en horas nocturnas afecta al ritmo circadiano del ser humano, lo que puede acarrear problemas de estrés, insomnio, diabetes e incluso obesidad.
En las investigaciones también se explica que el principal parámetro para determinar si una luminaria es más o menos contaminante es su temperatura y color, estableciéndose que los tonos azul y blanco son los que más contaminación lumínica producen.

En ese sentido, la connotada astrónoma española Susana Malón, especialista en este tema, ha manifestado por diversas plataformas que la tecnología LED ha revolucionado el ámbito de la iluminación, sin embargo "la luz blanca que las caracteriza es la más contaminante, pues contiene una gran cantidad de ondas azules que se expanden más fácilmente por la atmósfera".

Por lo anterior, la Asociación Internacional de Cielo Oscuro, cuyo interés es precisamente preservar las condiciones naturales del cielo oscuro y prevenir la contaminación lumínica, recomienda utilizar luces LED cálidas por su menor impacto adverso en los seres humanos y la vida silvestre.

Primero Singapur

De acuerdo al último reporte del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Contaminación Lumínica (ISTIL), Singapur es el país que más sufre este tipo de impacto ambiental. Esto, pese a que su superficie apenas alcanza a 697 km², con una población cercana a los 6 millones de habitantes.

"Quien mire el cielo nocturno de su capital, Ciudad de Singapur, casi no verá estrellas. La contaminación lumínica, producida por las luces artificiales que permanecen encendidas las 24 horas del día, siete días a la semana en gran parte de su territorio, invaden la oscuridad de la noche", asegura un reportaje de un diario español.

Ahí se agrega que "el mar de luces que se ve desde la ventana de un avión evidencia a la ciudad que nunca duerme. Los edificios de oficinas permanecen iluminados hasta altas horas de la noche y las áreas públicas mantienen las luces encendidas para la seguridad de los peatones. Cerca de 110 mil farolas se alinean en sus calles y autopistas".

Las principales fuentes de contaminación lumínica de la urbe asiática son sus puertos, el distrito financiero de Marina Bay, el aeropuerto y los centros de comercio, transporte y finanzas.

El estudio del ISTIL, en el que se cruzaron observaciones satelitales, mediciones de luz in situ y mapas de densidad de población, concluyó que aproximadamente el 83% de la población mundial y más del 99% de los habitantes de países desarrollados vive bajo cielos contaminados lumínicamente.

Mientras en Chad, la República Centroafricana y Madagascar tienen cielos casi vírgenes, en Singapur el 100% de la población vive bajo condiciones extremas de contaminación lumínica. Le siguen en este ranking otros países asiáticos: Kuwait (98%), Qatar (97%) y Emiratos Árabes (93%).

En Sudamérica, Argentina tiene el porcentaje mayor de la población viviendo bajo ese brillo (58%). Luego viene Chile (39,7%), que ocupa el puesto 19 entre los países más impactados por la luz.
Estadísticas en la materia revelan que existe un crecimiento del 2 al 4% anual promedio en la pérdida de los cielos oscuros en todo el orbe.

Suchai II

Para proteger los cielos del norte de Chile, privilegiados por su transparencia y oscuridad, un grupo de científicos nacionales vinculados a la investigación astronómica crearon el primer satélite-telescopio espacial para ayudar a disminuir la contaminación lumínica.

Se trata de Suchai II, un nanosatélite que estará compuesto por tres cubos de 10 centímetros cúbicos cada uno. Uno de ellos incorporará una cámara óptica con distintos filtros que monitoreará el territorio nacional en una órbita polar, a una altura de 500 kilómetros de la superficie de la Tierra, durante aproximadamente tres años. Específicamente, vigilará las áreas ubicadas alrededor de los observatorios astronómicos.

La Universidad de Valparaíso estará a cargo del procesamiento de los datos recibidos desde el satélite, que se lanzaría a fines de 2021 desde Japón, India o Estados Unidos.

Artículo publicado en InduAmbiente 164 (mayo-junio 2020), páginas 82-85.